17 mayo 2008

Pensamientos trasnochados IV

Me asomo a la ventana de este patio interior en el que cada día busco voces para decirte algo que no recuerdo. Sé que me gusta envolverme en el humo de estos cigarrillos siempre que terminas de hablarme con esa elocuencia, de labios finos y húmedos, que manejas apoyada sobre la almohada doblada y las sábanas revueltas. Yo pienso en anillos de cielo y miro a la ventana. Tú pones de nuevo cerezas sobre la piel mientras llevas las manos a la nuca y ahuecas la espalda. Es de día. Suena un blues. Cada vez que es así me apetece gemir y bailar, pero quedo quieto escuchando cómo respira la música sobre mí. Quizás sólo la oigo yo. Igual que quizás sólo yo veo las montañas cubiertas de nieve, siempre envueltas en ese halo de nubes húmedas y altas, dibujarse detrás de la pared blanca a la que se asoma mi cuarto sordo y mudo. Siento entonces que te invoco, te invoco aunque aún estés a mi lado, enroscada en un lugar entre mi pecho y mi sexo, como un latido o una respiración suave y pausada. No tengo prisa. No tengo prisa por que ya nada me espera, como si hubiera renunciado a ello cuando decidí vivir en tus brazos y tu música. Sigo acostado, fumando y escuchando, amando y sintiendo mi mano sobre tus pliegues. Tenía un pensamiento sobre todo esto, pero no lo recuerdo. No sé si hablaba de esas mañanas de sol. No sé qué te cantaba al oído. Por más que quiera, amor, no lo recuerdo.