17 febrero 2004

Hace tiempo que perdimos el cruce de nuestras miradas y de nuestras palabras. Pero yo no perdí tu presencia del todo, porque a veces me acompañabas en mis eternos paseos al amanecer, entre piedras y cielos tan azules que son difícil de imaginar. A veces te decía bajo la lluvia que me gustaría estar en casa, con mi pequeño, otras veces te echaba de menos con tu dulce acento y tu dulce mirar mientras el sol iba ganando con pereza la batalla a las estrellas. Pero otras no pude recordarte, no estabas casi nunca al final de cada calle, porque había tanta gente, tantos rostros nuevos que se hicieron familiares, tantas miradas, tantos pensamientos... Esos huertos en los que nacen ideas y dudas, y quereres, y desganas. Esos huertos perfumados, distraídos, abatidos, repletos de poesía. Me gustaba pasear entre ellos, lo necesitaba, para nutrirme de sensaciones y de sus pensamientos, para ir día a día avanzando en una búsqueda sin final; un laberinto de incierta solución en el que los pasillos acababan de pronto, como acababas tú en medio de las calles. Ahora las recuerdo también dulces y brillantes, ahora que han pasado a ser parte de la parte que se queda atrás.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque ya me la se de memoria no puedo evitar el seguir viniendo a leerlo. Siempre me ha parecido maravilloso. Besitos.

Anónimo dijo...

Aquí estoy, como siempre. Todos los días tengo que venir a leerlo, no lo puedo evitar.
Me tiene cautivada, enganchada y... no sé por qué.
Besitos.