Empezaré por Luís, por Ana, por las palabras que me faltan cada día, aquella conversación a la hora de la cena, incluso lo que no hacía falta decir por que ya era consabido, las miradas cómplices, lo olvidado a propósito, las manos que tecleaban la ilusión de algo mejor, la comida del domingo.
Sopla el viento del Sur para llenar mi pecho de aquellos colores que se abrían con cada primavera, aliados de mi silencio y mi risa, y busco ventanas donde asomarme a ellos, levanto paredes donde pintarlos. Quién los verá, quién dibujará también su nombre y su esperanza bajo esta lluvia que moja cada pensamiento, cada rostro que olvido y cada gesto que descubro. No hay carreteras suficientes para llevarme a lo cedido, he dejado tanto atrás, ni balanza donde se pueda medir lo aceptado. Acepto, transmito, admito, doy, aguanto, tolero, cedo, sufro, remonto, llego cada día. Y cada día me recuerdo por qué estoy aquí. Llegué una mañana de sol y bancos en el parque sin saber nada. Desde entonces intento aprender sin olvidarme de mí. A veces crezco, a veces lloro, otras busco y busco con el ánimo eterno de solamente buscar sin saber el qué. Algunas madrugadas, cuando deja de llover, encuentro esas paredes que otros levantaron para poder pintar mis colores y mi nombre. A veces… como hoy, me paro frente a ellas y dejo enamorado una parte de mí.